La Dra. OIalla Otero nos da las claves para mejorar la alimentación de los niños y niñas en edad escolar, prestando especial atención a sus bacterias y niveles de omega-3, para que puedan alcanzar los niveles de concentración y de energía que necesitan.
En septiembre, las casas vuelven a ser una auténtica revolución por las mañanas. La vuelta al cole de los peques marca los ritmos y los preparativos para llevar todo a punto pueden suponer un quebradero de cabeza para muchos padres y madres que van con el tiempo justo.
Muchas veces, en esas situaciones, se dejan de lado los hábitos saludables. Por falta de tiempo o de organización, las bolsas de la merienda de muchos escolares llevan bollería, bocadillos de pan con embutido o, en el peor de los casos, en vez de llevar algo preparado de casa, se opta por comprar algún tipo de ultraprocesado en la cafetería.
¿Afecta esto al rendimiento de nuestros hijos? Pues la respuesta es que sí y todo está relacionado con el impacto que ese mal hábito tiene en nuestra microbiota. Según explica la bióloga experta en microbiota y miembro del equipo científico de Nutribiótica, la Dra. Olalla Otero, “cuidar lo que comen nuestros hijos es esencial en todo momento, pero más en época escolar, cuando los requerimientos de energía y concentración son mayores”.
La experta explica que un estado de disbiosis, es decir, de desequilibrio de la microbiota, “puede suponer problemas no solo intestinales, sino también de fatiga, niebla mental o falta de energía, y eso es algo que los peques no se pueden permitir mientras están en pleno proceso de crecimiento”.
Además, el tipo de alimentación que se sigue en muchos hogares, centrada en alimentos inflamatorios y precocinados, ahonda en el desequilibrio de la ratio entre el omega-6 y el omega-3. “En nuestra sociedad”, explica la Dra. Otero, “es común que haya un exceso de omega-6 respecto al omega-3 y esto se traduce en un problema, porque necesitamos que este último ácido graso esencial esté en cantidades óptimas para poder garantizar un correcto neurodesarrollo, entre otras cosas”.
Si sumamos un déficit de omega-3 y el desequilibrio de la microbiota, “tenemos el cóctel perfecto para que nuestro peque no rinda lo suficiente y no esté al cien por cien en una etapa de la vida en la que necesita aprovechar cada día”.
Por eso, la Dra. Otero considera que puede ser interesante en esta época del año hacer una pauta de suplementación dirigida, a base de probióticos humanos de IV Generación y de omega-3 de alta biodisponibilidad, que pueda ayudar a los más pequeños de la casa a reequilibrar sus “bichos” intestinales y a garantizar los niveles de este ácido graso esencial, “que solo podemos conseguir a través de la dieta, ya que nuestro cuerpo no lo fabrica por sí mismo”.
Los snacks favoritos de la microbiota
Además, como el “snack” del recreo suele ser el gran enemigo de la alimentación sana, la Dra. Otero nos propone una serie de nutrientes que le encantan a nuestra microbiota y que son una alternativa perfecta a la bollería y los sandwiches:
1.- Almidón resistente
“Este tipo de almidón es capaz de resistir la digestión y favorece la producción de ácidos grasos de cadena corta, por parte de la microbiota, que son esenciales para nuestra salud intestinal”, explica la experta. Lo podemos encontrar en el boniato, la yuca, la fécula de patata, el plátano poco maduro y el plátano macho, en las castañas, las lentejas, los guisantes o el trigo sarraceno.
2.- Betaglucanos
Estos micronutrientes, que se pueden encontrar en las setas, las algas y en la avena, “tienen una gran actividad inmunomoduladora”, esencial sobre todo en esta época de cambio estacional, en la que tener bien despierto a nuestro sistema inmune es importantísimo.
3.- FOS e inulina
Se pueden encontrar en el ajo, la cebolla, los espárragos y los plátanos. “Los fructooligosacáridos y la inulina son un tipo de fibra muy soluble y fermentable. Forman parte de lo que conocemos como MACs (Carbohidratos Accesibles a la Microbiota), de los que se nutren nuestras bacterias para estar en plena forma”.
4.- Mucílagos
“En este caso”, relata la Dra. Otero, “hablamos de un tipo de azúcar que fabrican las plantas cuando sufren una lesión”. Es común encontrarlos en algas como el agar-agar, las semillas de chía o de lino y en los tomates, pero también en los higos chumbos o en las judías verdes.
5.- Pectina
Se trata de otro tipo de fibra con las mismas propiedades que los FOS y la inulina y que está presente en gran cantidad en las manzanas, los limones, las naranjas, las mandarinas, los arándanos, las grosellas o las uvas.